jueves, 8 de enero de 2009

Mi oficio...


¿Mi nombre?, ¡vamos!, está afuera en la entrada, yo no lo recuerdo como no recuerdo muchas cosas que hacen el común de la gente. ¿Enfermo?, pues a no ser que sea de los sentimientos no tengo dolencia alguna. ¿Edad?, ¡vaya con las preguntas!, ¡no!, tampoco la recuerdo. Y antes de que me pregunten mi oficio diré que tampoco lo sé, he estado aquí hace tanto tiempo que he olvidado las cosas primordiales de la vida.
Pero…¿a ver?, hablemos de mi oficio, mi oficio debe ser Critico de Vida o algo similar, me dedico a ver, sólo a ver a la gente que está cerca de la muerte, miro, sólo miro sus actitudes en dos momentos de su vida y jamás las vuelvo a ver, los miro una vez cuando van y la otra cuando regresan. ¿Qué de qué sirve?, ¡no lo sé!, pero eso es lo que hago, a eso me dedico de tiempo completo.

Hace tanto que no hablo con nadie, hace tanto tiempo nadie viene a verme, hace tanto siglos que sólo estoy aquí mirando, viendo, mirando y viendo…y mirando: y nadie me ve. Soy como aquel que se hace el dormido en el asiento exclusivo para gente con discapacidad en el metro.
Por lo general me la paso bien, nadie me pide cuentas, no hay quien venga con sus lamentos.
Sólo por las noches me siento solo, la oscuridad es terrible y más si se combina con el silencio ¿has tomado algún día; “soledad con coca cola”, bueno yo tampoco, pero en las noches me siento con terrible resaca de esa mezcla, me queda un sabor así; como dulce, como ese dulce que deja atrás de la lengua la sacarina, como ese dulce que deja el abandono, como el sabor, ¡sí! como el sabor de las flores marchitas, como el dulce del pan azulado de olvido y de hongos, como el olor de zapato viejo.
Pero no me quejo, yo tampoco tengo que hablar con nadie y eso a estas alturas o profundidades, es ganancia. Aquí, aunque no valga de nada, me estoy haciendo sabio y neta que no, no es presunción, es la verdad y por ello hago de mi oficio una profesión.

Veo, miro y vuelvo a ver a la gente que pasa por aquí, todos van con la ropa que mejor atinan a escoger. Sólo uno de ellos va con su ropa de domingo, los demás se untan en la piel lo que sienten. He visto las minifaldas más cortas, tan cortas como su sentimiento, los vestidos más largos, tan largos como el olvido, zapatos altos para no tocar la tierra, peinados de salón y despeinados de incredulidad. He visto de ida gente que llora lágrimas de verdad así como he visto sequedad en los ojos de los que no saben cómo decir que duele y que duele mucho estará ahí caminando esos trescientos metros que los separan de la infinidad, del te extraño, del nunca te olvido, del eterno remordimiento de no verte nunca jamás –jamás-, vaya palabra tan fuerte, vaya pinche eternidad.
Vaya con esa maldita permanencia y ese enfermizo atesorar lo que se toca y no lo que se siente, vaya cada quien con sus cosas, cada quien se queda con sus fantasmas, con sus mudas distracciones y con las jubilaciones de sus recuerdos. Lo he visto, lo he mirado, yo sólo veo, yo sólo miro.

Una tarde de invierno cuando el sol estaba que ponía rojas las mejillas, mire un puñado de gente, eran pocos en relación a los muchos puñados que he visto, me llamaron la atención porque estaban realmente tristes y no sabían qué hacer, sólo seguían a su cortejado, había poco llanto, casi nada, ojos secos, así que miré -vi pues, ese es mi oficio-, que su corazón estaba húmedo, los vi, los mire atentamente y esperé, esperé a ver como regresaban.
Siempre regresan y siempre pasan de nuevo por aquí, eso me facilita mi oficio que ahora que lo pienso bien debe ser de mirón, de jodido espectador.
Me llamó la atención que al regresar sin su cortejado el corazón estaba menos húmedo y los ojos mas mojados, creo que al final del fin supieron que la eternidad no existe, que el desapego de la vida da vida, que el llanto cura –no siempre-, pero los vi, los miré y me dieron envidia, fueron dolidos y regresaron contentos, cumplieron bien, se deshicieron del apego y se apegaron al sano recuerdo de alguien que jamás –jamás de nuevo- estará ahí. Vaya con mi envidia.

Recuerdo vagamente cuando me trajeron, estaba yo elegantemente vestido, algo así como para fiesta; tenia puesta mi corbata roja, mi traje azul marino, calcetines negros con pequeñas estrellitas rojas apenas visibles, zapatos negros recién boleados y una camisa blanca de buena marca que tenía en la espalda un nudo autorizado por la fabrica. De la ropa interior no me acuerdo, ¡vamos!, ¿quién se acuerda del color de los calzones que trae puestos?
El caso es que debió haber sido fiesta –al menos así lo creo yo-, estaban aquí conmigo dos hermanos, tres de sus amigos, el vecino, un desconocido que trajo flores y velas, y un empleado que se empeñaba a toda costa que le dijeran que de esta fiesta debía haber otro responsable, es decir, uno que hablara, alguien que respondiera de los gastos, uno que no fuera yo, pero todos lo miraban y se hacían los “muertos”, el más educado, que era un amigo de mi hermano menor, me señalaba a mí, ¿y yo?, yo también me hacia el muerto, bueno, eso es lo que creí en ese entonces, pero después de tanto tiempo creo que sí, creo que yo era el muerto, el festejado, nunca supe quien pagó, pero eso sí, se los garantizo, no fui yo.

Déjame decirte que yo estoy al revés, a lo mejor por eso soy un mirón de oficio, por gracia y obra de quien me cargo me pusieron al revés, es decir con la cara para allá, para el corredor donde los cortejos que pasan una y otra vez. Por gracia –gracias- el albañil que cerro mi nicho dejó un huequito, así chiquitito, apenas del tamaño de mi ojo y por ahí es por donde miro, veo pues.
Nadie me pide cuentas, nadie me visita y ¿sabes?, no me duele, si acaso se me duermen las piernas o se me entumen los brazos, pero nada me duele, desde aquí miro, desde aquí veo, me hago mas sabio, y a eso, eso le llamo con cariño…eternidad. ¿Mi oficio?, ¡no sé!…. Due®

2 comentarios:

Daly* (Tal vez un día confiese) dijo...

Sera que de alguna manera asi se ve o se siente el ver pasar a otros?

En definitiva me gusta como dibujas cada ser que se ve pasar, cada personalidad que lleva el vestido y los zapatos adecuados a sus miedos.

Me encanta, tan poetico, tan acertado,tan real o ireal pero existente.


Saludos con mucha, mucha, mucha admiracion...

Anónimo dijo...

Hola Francisco, tienes ese toque de melancolìa que tanto me gusta y que tanto m persigue...

Saludos.

Publicar un comentario