lunes, 9 de marzo de 2009

Venganza....

Desde que él recordaba jamás nadie lo había mirado, por lo menos así lo había sentido los últimos 20 años. Así que decidió tomar venganza; jamás él miraría a los ojos a nadie.

Su soledad lo llevó a tener pasatiempos extraños, el que más le gustaba era subir al metro en las horas de mayor afluencia y perderse entre la gente, de esa manera, con la mirada abajo, sentía que la gente lo tocaba.
Conocía ya a algunos pasajeros, la rutina que llevaba lo hacia coincidir con el señor de zapatos café que jamás estaban limpios aunque su traje fueras de buena marca. Conocía a la mesera de un restaurante de segunda por los zapatos de mediana calidad que usaba, mientras que en una bolsita de plástico cargaba un segundo par que lo más seguro le servirían para descansar a la salida del trabajo.

Escuchaba las charlas de los que iban acompañados y de los que se querían tanto a sí mismos que siempre iban hablando solos. Podía ir de espaldas y al escuchar una voz se decía “ahí esta el de las botas vaqueras, o aquel que siempre se limpia los zapatos con el pantalón al subir al vagón”. Jamás se equivocaba, tantos años de mirar hacia el suelo lo habían hecho un experto.
Sin embargo identificar a la gente por la voz, o por los zapatos no era su único fin en ese universo donde se sentía acompañado sin ser mirado ni conocido. En ocasiones era más atrevido y se pegaba tanto a la gente que sus ojos bajos y cerrados se movían sin control debajo de sus párpados hasta causarle un escalofrío infinito que corría desde su nuca hasta el fin de su columna, después se separaba, se alejaba y en la siguiente estación, aunque no fuera la de su destino, se bajaba a disfrutar de la humedad que le inundaba el corazón.

Una mañana despertó algo distraído. Su vida era tan metódica que podía encontrar cualquier cosa en su departamento sin encender la luz. Sin embargo algo debió haber sucedido en sus sueños, ya que al despertar se dió cuenta que su camisa de martes no estaba en su lugar habitual, y cuando al fin la encontró, se miró al espejo y con miedo se dió cuenta que tenía en su rostro una sonrisa perfectamente dibujada –se dijo-, carajo, sin duda hoy será un mal día.

Salió del departamento, tomó la misma avenida rumbo a la misma estación de toda la vida, sentía ganas de comenzar su rutina diaria, miró el reloj y se dio cuenta que levaba 5 minutos de retraso, era justo el tiempo que le costo desvanecer con agua y jabón la estúpida sonrisa que su sueño le había dejado marcada en el rostro, iba furioso, ahora no podría abordar el vagón de costumbre. Le disgustaba encontrarse con sorpresas, aunque él bien sabía que en realidad era sólo una manía, entendía bien que la gente va y viene en el tiempo según le place a cada uno de los contratiempos que tienen en el día con día.

Iba como de costumbre haciéndose historias de cada valenciana que miraba, de cada zapato, de cada charla, de cada roce disimulado que le daba a la gente que lo acompañaba, iba completamente ensimismado. De pronto el tren frenó, y al asirse del tubo para no caer, y en medio de su distracción, su mirada cruzó con la de una chica, fue una milésima de segundo, es decir, toda una eternidad. Comenzó a sudar frío, la mirada no dejaba de observarlo, la sentía clavarse en su rostro que escondía por debajo de su brazo, sus piernas le temblaban. No aguantó mucho y con voz titubeante pidió permiso, se acercó a la puerta y bajó del tren, cerró los ojos y se sintió más tranquilo, caminó hacia la pared y se recargó, estaba muy agotado, las piernas le temblaban, sentía miedo, tomó aire y finalmente se repuso. Con la mirada baja caminó a la línea amarilla para esperar el siguiente tren, lo escuchó venir, conocía el sonido mejor que su respiración.

Lo demás sucedió en un segundo, máximo dos. La chica había bajado detrás de él y lo seguía mirando, parecía amor a primera vista. Por atrás de su espalda se acercó, lo miró directamente a los ojo, le habló con familiaridad al mismo tiempo que le estiró la mano para saludarlo y lo tocó.
La sensación fue electrizante, su estómago se contrajo como se contrae en una montaña rusa, sintió mariposas, sus ojos miraron una luz maravillosa, sus oídos se aguzaron y después de la dulce voz de la chica recordó claramente la última vez que alguien lo había mirado hacía más de 20 años, recordó su venganza y estuvo a punto de arrepentirse de haberla llevado a cabo -no le dio tiempo-, saltaron chispas, se sintió mareado, sus piernas no soportaron la emoción ¡alguien lo había mirado!, le habían mirado, le había hablado y más aún, lo habían tocado; se sentía feliz.

Cuando reaccionó a todas esas emociones sólo alcanzo a ver el techo de la estación, escuchó un golpe seco, un tardío rechinar de llantas, después, segundos después, ya no alcanzó a escuchar los gritos de terror de la gente que lo vieron caer a las vías.


Due® 9marzo09

1 comentario:

Zarela Pacheco Abarca dijo...

Intrigante relato, en un momento va creciendo la expectación para finalizar en un final entre triste y feliz. Alguno de nosotros hacemos de los pequeños momentos lo más valioso de nuestra vida. T felicito me encantó

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