viernes, 11 de septiembre de 2009

Las diez y diez de mis mañanas

No entiendo, ¿dice usted que le intriga?, pues mire usted, es una exclamación como cualquier otra, tanto como decir “el tiempo muerto de mi vida”, o tal vez “el momento del día en que pienso en ti”. Pero si está usted tan intrigado como dice y tiene tiempo de escuchar la historia con gusto se la cuento mientras espera usted a su novia y tomamos café. No se apure, si es sólo café la cuenta va de mi parte.

¿Pero cómo? ¿No se siente a gusto si le hablo de usted?, vaya, pero si es usted tan joven. Tal vez por eso ha preguntado ¿verdad? La gente que dice que ya ha alcanzado la madurez sentimental rara vez pregunta, prefiere quedarse con la duda a evidenciar la falta de curiosidad que en su cara siempre es evidenciable. Tal vez sí, no lo sé, en fin, cada quien con sus cosas.
Muy bien si así lo quieres, hablémonos de tú a tú…

Pues mira Jesús, ¿así me dijiste que te llamas verdad?, pues bien, la idea la tomé de una persona con la que trabajé hace cinco años. Sí, lo recuerdo bien porque en aquel tiempo yo usaba traje, corbata de cualquier color pero siempre con algún toque de rojo, los caballeros siempre usamos el rojo en la corbata, que no se te olvide, claro si es que eres un caballero. También usaba zapatos lustrosos y buena loción. Es decir, eran los tiempos en que yo era gente seria. Con esto no quiero darte a entender que escribir sea algo ocioso, no, pero veme ahora, jeans camisa y tenis. En realidad vestido así estoy más cómodo, pero la gente siempre espera ver a alguien elegante atrás de la literatura. Y déjame decirte mi querido Jesús, creer eso, si es ociosidad del pensamiento, cada quien escribe como le da la gana, viste como le da la gana y que carajos yo de literatura sé un pito, pero escribo.
Ni hablar, de esto como ahora y hay que respetarlo, así que si algún día llego a publicar algo, vestiré de nuevo traje, corbata con algo de rojo, zapatos, una buena loción que cubra los disturbios del alma y tal vez ese día ni yo me reconozca.


Trabajaba para una importante firma publicitaria, mi equipo de trabajo se encargaba de buscar nuevos clientes, hacíamos los análisis pertinentes y una vez terminados nos reuníamos con otros equipos de la agencia para crear la estrategia que seguiríamos para presentarle al prospecto de cliente nuestros servicio, dejarlo apantallado, y disponer de su presupuesto.
Te cuento esto que parece que no tiene relevancia, para que al llegar al punto que nos atañe, comprendas perfectamente que el significado de mi respuesta a tu interrogante, es sólo esta historia que nada tiene de interesante.

El caso es que el trabajo era mucho, había más de doce personas involucradas atrás de diez u once gráficos que resumían el interés de la agencia, los intereses del futuro cliente, la situación económica del país, el de la industria de la publicidad, tres meses de trabajo, toda la seriedad del mundo y a Juan, quien se encargaría de “enamorar” al cliente.

Juan era un tipo con suficiente ángel en la espalda como para que lo tomaran de icono de la ciudad ahora que va a ser el festejo del bicentenario de la Independencia del país, por ello era a él a quien le encomendaban las riendas de las juntas importantes. Sabía mucho de muchas cosas, de todas, todo lo sabía superficialmente, pero las dominaba con tal habilidad que la información en sus manos era oro molido. Siempre sacaba provecho de las juntas, muy buen provecho.

Señorita, sírvale más café a Jesús, creo que lo estoy durmiendo. Si del regular, con cafeína. Está esperando a su novia y es justo que si me está escuchando termine lo suficientemente despierto como para atender a la dama. Yo lo de siempre, descafeinado sin azúcar como todos los martes, la vida siempre me espera despierta o dormida, eso a ella le da igual.

¿En qué estábamos?, es verdad, en Juan. A él nada le preocupaba, todo lo tomaba a juego. Su actitud era envidiable, y más aún cuando teníamos en puerta una presentación tan importante de la cual dependía conservar el trabajo en la agencia para varios de nosotros incluyéndolo a él y además con un cliente tan difícil como el que nos esperaba.

Juan era uno de esos tipos que contaba las más insólitas aventuras. Como cuando estuvo presente en el accidente de un chico que calló de un 5º piso en la calle de Pilares en la Colonia del Valle y que a la postre sirvió para la canonización de Juan Diego. O la vez que enfrente de la agencia recibió él solo la bendición de Juan Pablo II en plena calle.
Lo más increíble de sus historias es que eran verdad. Lo del chico de la Col del Valle me lo contó dos años antes de la canonización de Juan diego, y la bendición del Papa yo mismo presencie por la ventana de la agencia. Sí, ahora que lo mencionas creo que fue él el que llevo al Suspirante a la calle de dolores el día que voló virgen sobre la ciudad de México.

Como podrás darte cuenta solamente los que lo conocíamos muy bien podíamos confiar en él, y ese día por su propio bien, confiamos.

¿Qué me estoy desviando del tema? Tal vez tiene razón y menos tiempo del que usted, perdón, del que tú mismo supones, y si supones que a la vida lo único que no le sobra es el tiempo, en ambas cosas tiene razón, así que abreviare para tu tranquilidad.

La junta fue todo un éxito para Juan. Si, sí voy ya al tema de tu pregunta, no desesperes. Como te decía, la junta fue un rotundo éxito para Juan. La marca por la cual íbamos tan bien preparados era la de una muy prestigiosa marca de relojes. Aparentemente la situación estaba controlada ya que esa marca hacia mucho tiempo que no tenia publicidad y además no había recibido la visita de agencias de la competencia, creímos pues que; “la sopa estaba servida”.
El cliente era un tipo chapado a la antigua, sabedor de pocas cosas, pero muy bien estudiadas. Paradójicamente era extremadamente impuntual, por lo que tuvimos que esperarlo más de una hora, tiempo en el cual la Lap Top, curiosamente se descargó, justo el día en que hacían reparaciones del cableado eléctrico. No había modo de reprogramas la junta ya que el cliente saldría de vacaciones y a su regreso nuestra agenda, si es que aún continuábamos con trabajo, estaba saturada.

Juan jugaba como siempre y bromeaba diciéndonos que no había leído la presentación, pero que eso a él no le importaba ya que sólo se preocupa quien no se prepara (¿).
Iba yo a tomar la palabra para explicarle al cliente que era imposible hacerle la presentación cuando Juan tomó la iniciativa.

-Disculpa ¿porqué los relojes de los aparadores casi siempre marcan las diez horas con diez minutos?
-Es cuestión de estrategia –dijo el cliente, que en realidad creo que no tenia ni puta idea de lo que decía-, las manecillas del reloj apuntan a esa hora porque así, al fondo de la carátula semejan una carita feliz. Se han hecho estudios –continúo- que al comprador le agrada ver así las manecillas del reloj que comprará, ya que también parece que el reloj lo recibe con los brazos abiertos.
-A mi eso me parece una mamada –dijo Juan-, cada vez que me paro al frente de un aparador de relojes pienso “bola de guevones, deberían darle cuerda a sus relojes, o ponerles pila nuevas, ganan tanto engañando al consumidor que bien les alcanza para pilas, buen café y estas oficinas de lujo”.

El cliente carraspeó la garganta para aclararla y dijo:

-Además cuando las manecillas indican las diez con diez se puede ver perfectamente la marca del reloj –dijo el cliente un tanto exasperado-.
-Pues insisto –dijo Juan-, eso es para tarados, mira nada mas la pendejada de creer que un reloj le esté ahí, sin hacer nada, esperando a darle un gran abrazo o una calida sonrisa a un comprador que jamás encuentra el precio del reloj ¿porqué si sabes verdad? –le dijo al cliente- nunca está el precio a la vista, y eso asusta.
-El precio es lo de menos, quien quiere comprar un reloj no piensa en ello
–dijo el cliente ya realmente irritado-

Juan se puso de pie con los brazos en una posición amenazadora. El cliente sus tres asistentes y nosotros, los de la agencia, estábamos realmente desconcertado. Y continuó.

-Si pudieras ver los estudios (en realidad no había tales estudios) que traemos verías que a los compradores de relojes lo que en realidad les interesa es el precio y que den la hora exacta para no llegara tardísimo a las juntas de trabajo. No les importa si las manecillas son de un pinché ratón sonriente o los brazos abiertos de una puta.
-Si llegué tarde a la junta –dijo aludido el cliente y mirando a su equipo de trabajo- es porque tengo muchas cosas que resolver y mucha gente ineficiente a mi lado.
-Lo dirás por ellos –dijo Juan señalando a los asistentes del cliente-, porque nosotros llegamos en punto y nos valió madres traer relojes de otras marcas con caritas infelices.
-Bueno carajos –dijo el cliente dando un manotazo en el escritorio- dime tú cual crees que es el significado de tener los relojes de exhibición a las diez y diez.

Se hizo un silencio sepulcral, Juan volteo muy despacio a mirarnos a cada uno a la cara mientras se sentaba, dio un sorbo a su café, lo saboreo, tomó de la bandeja de cristal una galleta cubierta de ajonjolí, y como si fuera un apuntador electrónico la dirigió a la cara del enfadado cliente y le dijo;

- Para mi que usted es un holgazán inepto que sólo aparenta que conoce el negocio, y si de verdad quieres saber mi opinión se la daré en este momento,
-y dijo categóricamente- Para mí que ponen las manecillas a las diez y diez para ahorrar pilas en los relojes que son electrónicos y para que la bola de vendedores perezosos en las relojerías sientan que les han crucificado el tiempo y continúen ahí haciendo ventas de ocasión sin pedir jamás aumento de sueldo…

Lo ves Jesús, nada tiene de poético eso de “las diez y diez de mis mañanas” que tanto te ha intrigado, es sólo que esa anécdota se me quedo muy grabada en la cabeza. Oye, esa chica que lleva ahí afuera de la cafetería media hora mojándose, no es tu novia ¿verdad?. ¿Cómo, sí lo es?, mira nada mas y nosotros hablando de relojes y la puntualidad, pues sí que te espera un fuerte regaño, apúrate, no la hagas esperar más. Si hombre, el café yo lo pago. Así es, todos los martes a esta hora vengo, cuando quieras charlar, aquí me encuentras.

Señorita, tráigame usted la cuenta, tengo que ir a casa, la vida me espera, no sé si despierta o dormida, eso me da igual.

¿Pero cómo, estaba usted escuchando?. Muy bien, pues mire usted, ese día no ganamos la cuenta, el cliente, sus asistentes y yo perdimos el trabajo.
¿Qué fue de Juan?, pues verá ¿la última vez que lo vi?, déjeme ver, fue hace un año, me platico que a la semana siguiente asumió el puesto del cliente con un sueldo mucho mejor, que además consiguió un equipo de trabajo muy eficiente, que los relojes seguirían exhibiéndose con las manecillas a las diez y diez y que no había una razón conocida para que se colocaran en esa hora.

Como ve, Juan siempre tenía excelentes resultados en las juntas de trabajo. ¿Yo?, Yo nunca volví a encontrar trabajo en ninguna agencia, por eso ahora me gano la vida escribiendo mails a gente que nunca compra por Internet, al cliente jamás lo he visto de nuevo.

Pero mire usted que coincidencia, yo me tengo que ir y en el reloj de su pared son exactamente las diez y diez…


Due® 11septiembre09

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