domingo, 15 de noviembre de 2009

Punto final

Era delgado, tendría acaso 23 o 24 años, muy alto pero no tanto como para ser escuchado por el cielo, su mirada era tan lánguida como su alma. En ocasiones daba la impresión de que cuando maldecía, el dueño del averno sencillamente lo ignoraba.

En sí no hay mucho que hablar de él, excepto esta historia y que tocaba el saxofón con un grupo de jazz de mediano pelo. Tocaba bien a secas porque sencillamente se ajustaba a los cánones establecidos por el tipo de música que interpretaba. Él en todo se ceñía a las reglas, no daba más de sí. Se presentaba junto con su banda en un bar de tercera en el centro de la ciudad, su música era pocamente aplaudida los jueves en que los parroquianos eran tacaños hasta con los aplausos, y menos aun, los viernes en los que la audiencia iba a todo, menos a morir de tristeza.

Hasta en ése su mundo no había mucho qué decir de él, su vida eran los libros. Literalmente vivía de ellos, trabajaba de vendedor de tiempo completo en una librería religiosa, la cual tenía tan pocos clientes que la dueña, una mujer sumamente callada y de edad indefinible, le permitía salir temprano los jueves y los viernes para completar en el bar los gastos de su vida, siempre y cuando los demás días, por lo menos una hora, hiciera como que leía con pasión algún libro sentado tras la vidriera del frente de la tienda. La dueña creía que esa era la mejor forma de atraer clientela, ya que su rostro melancólico indicaba a leguas que le urgía encontrar el perdón, ya fuera por la necesidad de comprender la religión, o porque a fuerza de hacer como que leía, leyera y en ello lo encontrara.

En realidad era simplemente mala mercadotecnia, ya que ni leía, ni la clientela se entusiasmaba al verlo. Cualquiera podría creer al ver ese espectáculo tras la vidriera, que el perdón en el mundo entero había pasado de moda.

Ah, es verdad, lo había olvidado, su nombre era Andrik.


Sus piernas delgadas, largas, blancas y bien torneadas la hacían ver más alta de lo que era, sin embargo ella tampoco era escuchada por el cielo. Ella creía a ciencia cierta que las plegarias para ser escuchadas allá arriba, tenían que salir de la altura social y no de la gente que confiaba en que la vida no es una autentica mierda.

A ella, el dueño del averno si la volteaba a ver frecuentemente, lo hacía cuando usaba falda, al parecer le encantaba ver sus delgadas, blanca, largas y torneadas piernas así como el tamaño y color de su ropa interior.

Había estudiado filosofía y letras. La carrera la había cursado en una prestigiada universidad. Su promedio en toda la carrera había sido excelente, así que cuando se graduó y busco trabajo, la vida se encargó de ponerla, para que viviera filosóficamente, en su sitio. La colocó a trabajar de mesera en el mismo bar de tercera en el que tocaba Andrik.

Su nombre tampoco lo recuerdo, así que para efectos de la historia haremos como hacen en la televisión; cambiaremos su nombre para proteger su identidad verdadera, así que la llamáremos Edna.

Edna admiraba en demasía la forma en la que Andrik tocaba el Saxofón, se embobaba escuchándolo y siempre decía para sus adentros; “Sí, ese chico toca de verdad con el corazón”. Andrik a su vez, no se decía nada, pero admiraba también en demasía las blancas, largas y tornadas piernas de Edna.


Cierta noche de viernes en la que un torrencial aguacero dejó seco de clientela al bar, Edna recibió completamente maravillada, y casi a solas, el mejor concierto que jamás había escuchado por parte de Andrik que esa noche tocó sin la banda que debió haberse quedado atrapada en algún congestionamiento vial. Al terminar eran las diez de la noche con diez minutos, el dueño del bar no vió el objeto de seguir con el local abierto, así que les dijo a ambos: “Con esta tormenta de mierda no ha salido en la cuenta ni para mi taxi, tendrán que venir mañana por la paga, hoy pueden irse temprano, me duele tanto la cabeza que ya no aguanto más”.

Así fue como ambos se quedaron completamente a solas, debajo de la más oscura noche, sin dinero, en la calle y completamente empapados. El aguacero no había cesado.

Edna miró fijamente los ojos verdes de Andrik, y él a su vez, usó por primera vez en la vida con provecho su lánguida mirada, miró sin pena alguna las blancas, torneadas y largas piernas de Edna.

Sin palabras la magia se dio entre los dos, se tomaron de la mano y caminaron en silencio hasta el departamento de Edna. Al día siguiente, sin gripa ni sin sexo de por medio, ambos fueron al bar a cobrar junto con su indigencia, la mísera paga de la semana. Ese mismo día, Andrik mudo, mudó sus cosas al departamento de Edna quien lo recibió también filosóficamente muda. Entre los dos la miseria, las sábanas y el frío, podrían ser, tal vez, más soportables.


Se enamoraron con el paso del tiempo, ninguno de los dos era aficionado a las palabras, sus días transcurrían entre la monotonía del café amargo de las mañanas, la del trabajo y la de las sábanas blancas que jamás volaban de pasión. La noche que estuvieron ciertos de que lo que circulaba entre ellos era amor, cerraron en silencio las ventanas y las persianas. No querían que lo único que la vida les había regalado de la nada, así, sin oraciones hacia arriba, ni pactos hacia abajo, se les escapara.


Al poco tiempo de que el amor llegó en silencio a sus corazones, Edna comenzó a escribir letras inspirada en las melodías que Andrik le dedicaba cada vez que podía o cada vez que practicaba. Edna jamás había escrito nada que no fuera tratados de filosofías arcaicas, de doctrinas de algún che desconocido muerto a balazos en Bolivia al lado de algún inmortal Che, o la maravillosa tesis con la que se graduó y que a no ser por los sinodales de su universidad, nunca jamás fue leída de nuevo.

Por supuesto que las letras que ella componía con la música de Andrik eran acordes, completa y absolutamente acordes a la melancolía de las notas que el saxofón parecía desgarrar de la oscuridad de la noche o del llanto del mismísimo viento cuando anuncia una tormenta.

Extrañamente la tristeza de los ojos de Andrik se hacía mucho más pronunciada cuando tocaba inspirado por las letras de su amada. Andrik tocaba con virtuosismo, ya no se apegaba más a las partituras, ahora tocaba con sentimiento, con todo el sentimiento con el cual Edna escribía en cada hoja los poemas arrancados del sonido del saxofón y que parecían escritos como si en ellos dejara parte de su vida. Y así era.



Esta práctica de escribir con el alma entera por parte de ella, y la de él de tocar inspirado en lo que ella escribía, se hizo un círculo vicioso, tan vicioso que una noche en la que Edna estaba sentada escribiendo frente a la mesa de la cocina que le servia como escritorio, cayó, sin ningún motivo aparente, desmayada en medio de la taza de café frío y el cuaderno de apuntes.

A partir de esa noche Edna comenzó a perder peso, sus blancas, largas y torneada piernas apenas eran dos pabilos insípidos. Los desmayos se hicieron más alarmantes y frecuentes. Acudieron con varios médicos y ninguno encontró, después de un altero enorme de exámenes médicos, la causa de su enfermedad.

Acudieron a la medicina alternativa, a la herbolaria, a la homeopática, incluso Andrik compró en la misma librería donde trabajaba una Biblia sin descuento que colocó bajo la almohada de ella como si la fe se transmitiera por osmosis o por algún tipo de milagro. Nada, la pobre chica seguía perdiendo peso. En su cuerpo no se le veía ya casi nada de carne y en la mirada casi nada de alma. Tan mal estaba que el dueño del averno definitivamente ya no volteaba hacia arriba.


Una tarde, casi de noche, Andrik, sumamente preocupado regresaba en metro de la librería al departamento. Por primera vez, desde hacia mucho tiempo miró hacia arriba como quien eleva una oración, y ahí, enfrente de su mirada, como si fuera un aparición divina, encontró un cartel con la dirección de un famoso medico chino en la calle de Dolores, pensó que nada se perdería si acudían a él.

Llegó agitado de subir corriendo los cinco pisos hasta el departamento, abrió la puerta, aventó la chamarra, se frotó la cara y ahí enfrente de él se encontró a Edna sentada en el sofá de la sala junto a una ventana abierta, las persianas también lo estaban, él no se dio cuenta de ello. Edna cubría sus piernas con dos cobertores, su rostro era mucho más pálido que en la mañana cuando él la había dejado para ir al trabajo. Andrik miró la mesa de la cocina, se dió cuenta que ella había, haciendo un enorme esfuerzo, escrito un nuevo y largo poema.

Edna, tomó cariñosamente entre sus dos manos que ya eran casi de cadáver la de él, y le dijo con voz apagada pero firme: “amor, esta noche, después de escribirte un poema he sentido que el alma me flaquea y quiero pedirte algo” -en realidad era la primera vez que ella le pedía algo a alguien, así que Andrik no podría negarse- continuó diciendo “quiero pedirte que esta noche subas a la azotea y con mi poema como partitura me hagas recordar aquella noche cuando nos tomamos por primera vez de las manos, quiero sentir en el cuerpo el sonido de tu saxofón, nunca te lo he dicho, pero cuando lo escucho es como si te oyera a ti diciéndome cosas hermosas al oído, esas que por tu forma de ser y que siempre he respetado jamás me has dicho -. Andrik le dijo atropellando sus propias palabras lo del doctor chino, pero ella le pidió de nuevo que cumpliera su deseo.


Andrik fue a la recámara, se puso una camisa negra, la misma con que tocaba en el bar y que a Edna tanto le gustaba, sacó el Saxofón del estuche, se peinò y fue a la sala, besó cariñosamente la frente de Edna y le dijo que lo que le pedía era extraño, pero que sin duda la complacería.


Subió como si le pesaran las piernas a la azotea, se colocó de tal manera que la pared del edificio de enfrente rebotara su música para que llegara más clara a los oídos de su amada. Abrió el cuaderno en donde Edna le había escrito a modo de partitura el poema. Desde que lo vio sin leerlo, sintió que ahí, en esas letras estaba el alma entera de ella.


Se sentó en la cornisa, colocó como pudo enfrente de él el cuaderno de Edna y comenzó a leer y a tocar. Las notas mágicamente adquirieron vida, Andrik tocaba mejor que nunca, tocaba poniendo casi toda su alma en el alma toda de su amada. La noche se desgarró, el viento llevaba como cascada infinita las notas a la ventana de Edna que escuchaba sumamente conmovida atrás de ella. De pronto las notas parecieron ser realmente de agua, agua que disfrazaba el último llanto amoroso de Edna.


Hay gente que dice que esa noche llovió como si llorara sin consuelo la noche, la realidad es que no llovió. Hubo otros que juraban haber visto que en el cielo una nube negra se abría formando un extraño palco en el que los espectadores eran ángeles de alas brillantes y eternamente blancas. Otros llamaron a la policía reclamando que tanta luz como salía de esa música no dejaba dormir a nadie más que a los niños pequeños y a los adultos grandes que le temen a la oscuridad.

La música del saxofón de Andrik se escuchó en todo el barrio. La gente que pasaba abajo del edificio se aglomeró para mirar hacia arriba impactados por la bella tristeza de las notas que parecían salían la cornisa. Desde abajo no había forma de que nadie, mas que el dueño del averno, pudiera ver quien era el intérprete.


Andrik tomó aire y puso casi todo lo que le quedaba de alma en las últimas líneas del poema de Edna. Y tocó, tocó, tocó como nadie nunca podría hacerlo, cada línea de Edna cobró vida, cada nota de Andrik cobró aliento. Dos lágrimas ardientes salieron de sus ojos con la última nota.


Andrik bajó de la cornisa con el saxofón abrazado junto a su corazón. El viento deshojó el cuaderno de Edna. Sus poemas, o sea, las partituras de Andrik, se perdieron libres entre las azoteas de los demás edificios, algunos otros cayeron al piso de la ciudad mezclándose con la basura.

Andrik bajó las escaleras hasta la calle sin detenerse a mirar ni un segundo la puerta del departamento, no había razón para hacerlo.

La gente apostada abajo del edificio aplaudía. A quien no le habían rodado lágrimas tenía por lo menos, los ojos completamente húmedos y el corazón encogido. Esperaban pacientes en la puerta del edificio para conocer al autor de tan bello concierto.

Andrik salió sin que nadie lo viera por la puerta de atrás del edificio. Caminó por el oscuro y largo callejón que se formaba entre los edificios. Justo en medio de la callejuela recargó con cuidado el saxofón en la pared, jamás en la vida volvería a tocarlo, secó sus ojos, escupió al suelo con infinita rabia, “ahí tienes maldito, disfrútalo, jamás volveremos a ver de nuevo las piernas de Edna”, dijo, y comenzó a caminar un camino sin rumbo que jamás, mientras tuviera vida, terminaría.


La calle guardó respetuosamente silencio, un minuto nada más. Ella, la calle y Andrik sabían que no quedaba nada más que hacer ahí, el destino, si es que existe, se había cumplido


Adentro del departamento el alma de Edna había volado de su cuerpo con la última nota del saxofón. Su cuerpo yerto, había exhalado el último aliento de vida al mismo tiempo que en la azotea, Andrik su amado, había leído y tocado del poema, el punto final…



Due® 2octubre09


“Lagrimas blancas”

http://www.mundopoesia.com/foros/prosa-melancolicos/248843-lagrimas-blancas.html#post2502446

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