jueves, 18 de marzo de 2010

Creciendo...

Creciendo…

Un día se le acabaron los remedios y con ellos la esperanza. Con el cielo en las espaldas y el agobio entrando en cada bocanada de aire se sentó en la banqueta a morir por fin de forma definitiva.

En ésas estaba cuando en el baldío alambrado de enfrente a su banqueta se instaló el revuelo de un nuevo mundo, gente iba y venia, los camiones de carga ladraban de cansancio y buscaban agua y su rincón para descansar mientras lo de más, lo de todo ese pequeño mundo, trabajaba.

La gente de atrás de la alambrada se movía, unos caminaban mientras otros, los mas fuertes y cabrones, gritaban ordenes que los pequeños de nacimiento y los insignificantes por complacencia, obedecían a regañadientes -lo hemos hecho una y mil veces y aún creen que no sabemos como se arma el mundo entero- pensaban en el absoluto silencio que da la ira contenida al saber que se cumple con la obligación y que sin embargo, los que mandan, los fuertes, e incluso los del dinero, sienten la obligación de repetir la rutina, aquí, allá, donde sea que han de moverse las fieras.

Delante de sus ojos estaba naciendo un nuevo mundo, o mejor dicho; el tiempo repetido y circular estaba organizando frente a sus ojos lo mismo que cada año en la misma fecha sin faltar año alguno, pero que él en su vida ocupadamente adulta no se había permitido ver más desde aquellas tardes en que la palomilla, él incluido, con el mayor de los alborozos colgaba las narices y la mirada de asombro en la alambrada para ver crecer desde su raíz el mas increíble mundo de los mundos.
Fue el día en que cumplió años y sintió en toda la sangre que corría por sus venas, que había dejado de ser niño.

De los grandes camiones exhaustos y sedientos vomitaron tigres y leones al compás de fieros latigazos. Desfilaron, ajak, ajum, ajak; elefantes enormes que sólo comprendían un idioma milenario extinto en el mundo que se hablaba afuera de las carpas. La mujer con barbas se abrazaba con cariño al que él creía recordar como el anunciador de sombrero negro alto, frack negro, simpáticas botas enormes y negras y el genio más negro del mundo cuando recontaba los pocos ingresos de taquilla. Sí, era el mismo hombre de humor negro de otros tiempos ahora con la barba blanca y espalda encorvada ¿Cómo olvidar las corretizas cuando escabullían los ojos por debajo de la carpa?

Finalmente y como si fuera un remedio nuevo para su vida, del camión más pequeño salio una runfla de enanos, unos mas pequeños que otros, otros mas viejos, unos jóvenes, otros así, tan pequeñitos como su corta edad, pero todos con el poderoso alboroto que da la vida plena.

Se puso de pie, ante tal maravilla olvido su irremediable muerte, caminó hasta la puerta del enrejado y se dispuso a solicitar su ingreso al ejército trashumante de trapecistas, payasos, domadoras, fieras y fieras señoras y señores, damas y caballeros, niñas y niños, antes de comenzar la función pasen al kiosco de la entrada por sus deliciosas golosinas, a la salida podrán tomarse la foto con los paquidermos del África central y con su payaso preferido.

En un instante, no supo en cual, se encontró anunciando las maravillas de la vida, de las fantasías, de los mundos lejanísimos y exóticos, y finalmente y en otro breve instante, se dio cuenta, por fin, que hasta los enanos de a de veras y los que lo son por convicción propia, cuando tienen sueños, aunque sea en el Circo…. Crecen.


Due® 18.3.10 hoy en mi “cumpleaños” 33

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