miércoles, 22 de septiembre de 2010

Ardiente.

Quién podría pronosticar que su amor, ése fuego que caminaba lento pero inexorable desde sus sienes hasta apoderarse e incendiar lo blanco de sus ojos negros, ése amor que se sentía verdadero y que se aposentaba en cada coyuntura de su cuerpo para dolerse sin madre, para arder como pira de pecados en el purgatorio, ése amor que sólo era sofocado cuando los ojos no podían más con tanta lumbre y se desbordaban en ardientes cataratas de deseo cuando las sensaciones de las articulaciones menguaban con la fantasía del sexo que se transformaba en la humedad de su amor propio absorbido por las prendas intimas que cubrían la piel que debería ser la tierra arada por las manos de su amante.
Quién podría pronosticar que ése ardiente amor tan verdadero, al no haber jamás tocado el pecho, en una noche de simple sexo, se extinguiera como fuego de artificio.

Due® 22.09.10

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