viernes, 13 de noviembre de 2009

Lágrimas blancas

Lágrimas blancas



El destino es destino y caprichoso como es,

se mueve de manera misteriosa

hasta juntar o separara a las personas,

a ellos los puso en su lugar,

de ello jamás quedó duda.



Hacía mucho tiempo que había partido de lo que fuera su mundo. De la nada, justo cuando mas vencido se encontraba le llegó dinero, no mucho, lo suficiente para irse a un pueblo lo suficientemente lejano y tan rodeado de mar, que era casi imposible que alguien ahí lo conociera.

Pusieron un cafetín al que le pintaron las paredes en sepia, ya que ambos decían que ese color albergaba muy bien los recuerdos. Las sillas, las mesas y la pequeña barra, lucían nostálgicamente su pátina natural. Para darle algo de vida colocaron tres macetas. Las dos de adentro lucían sendos laureles de la india, el de afuera, que como incansable guardián esperaba, esperaba incansable a que una semilla de quién sabe qué, germinara.

Tiempo después de la inauguración, la gente que atestigua y cuenta hoy en día ésta historia, llamó a ése local “Lágrimas Blancas”. Aún se dice que la tarde-noche que el local se inauguró, las voces y la música que de ahí emanaban era de gente que auténticamente masticó, ahí, hasta la ultima migaja de melancolía. Todavía hoy hay quien dice que en las noches, cuando la luna es apenas un filio tenue de plata y parece sonreír, escurre agua salada por debajo del abandonado local. Pero estos son sólo rumores de gente que no comprende que la luna sólo sirve de refugio de amantes en lejanía, y que influye, sí, en las mareas, en el sentimiento de escritores, de músicos y poetas, pero definitivamente no en los ojos de la gente.

El dueño del “Lágrimas Blancas” había sido publicista, en realidad nunca se supo mucho de él, sólo que un día la publicidad en un golpe de necedad nacional, determinó que requería sangre nueva, que la de antes, la que circulaba calidamente en las arterias fuertes de su edad, ya no era propicia para ejercer sobre de ella la imaginación.
El universo se le había movido, se lo dijo claramente lo claro que se le fue poniendo la barba y el pelo, sonoramente se lo musito el crujir de las rodillas, se lo insistió el agotamiento del corazón que solamente se cansaba al caminar calle tras calle sin esperanza, y los dedos que ya le dolían de tanto barajar su currículo en las agencias donde ya reinaba, neciamente, sin tronos ni meritos aún, la juventud.

Un día, cuando le llego de la nada el dinero y se dio cuenta que no valía mas la pena seguir buscando su porvenir ahí, tomó camino, se subió sin ver el rotulo del destino que llevaba en la frente el primer autobús que salía de la terminal justo en el momento que él llego ahí, dejó que la suerte le moviera el futuro y acabó allá, lejos, en ese pueblo con mar.

No lo pensó dos veces, cerca del malecón había un local en renta, lo tomó y el primer mes lo utilizo como departamento mientras esperaba a que le cayera de la botella de ron la idea que le permitiera usar adecuadamente lo poco que le quedaba de aquel dinero.
La idea no tardó mucho en llegar, fue justo cuando no encontró ron en la tienda de conveniencia y entró a un bar que estaba ubicado donde antes había sido el banco municipal, la ventaja de tomar acompañado de desconocidos
-según decía él- es que la lástima y la conmiseración duran sólo lo que dura la bebida, ni una gota mas, ni una amistad menos. Junto con el ultimo billete llego el ultimo trago, y con ello se terminó la compañía de conveniencia, la justa relación entre el dinero, la compañía y el beber, casi siempre es definitiva, y mas cuando no se conoce a nadie en el lugar donde se está bebiendo.
Ya estaba abriendo las puertas abatibles del bar, cuando escuchó a alguien que decía que era una verdadera lástima que no hubiera ni un sólo café en ese pueblo, que las tardes-noches deberían ser muy románticas al abrigo de un buen aroma aún a solas, o que definitivamente las mañanas hablarían honestamente del mañana tomando un buen café mientras se cuentan con ocio las olas del mar.

Al día siguiente y aún con resaca, salió a comprar lo indispensable para convertir su frió departamento en el cafetín de sus sueños. En realidad jamás había soñado con terminar sus días atendiendo un café, pero últimamente sus sueños eran de una soledad tan inmensa que no le vio nada de malo en darle vida a un nuevo proyecto, aunque éste estuviera pintado de color sepia. Además, no había nada que temer, pues nada le auguraba que ahí, podrían terminar sus días.

Andrik había salido huyendo de su pasado muy despacio, sin mirar a nunca atrás. Huía de la ciudad que lo vio nacer, de la rutina en la que se había convertido su vida antes de Edna, y de su amor que había muerto de amor literalmente.
Vagó dos años sin rumbo, viajó tratando de olvidar o de encontrar una nueva vida que no se pareciera en nada a aquella que le había destrozado el alma. La música, algo de jardinería y vender enciclopedias religiosas era lo único que sabia hacer. Al no haber suficientes clientes para la religión, vivió de cegar el pasto y arreglar jardines, los que dejaba hermosos, sin embargo al día siguiente, después de que se iba de ahí y seguía su camino, morían sin remedio las rosas, los claveles y las azucenas, solamente la hierba o algunas flores a la que le caían gotas de sus ojos sobrevivían a sus atenciones. De la música no quería saber nada.

El destino de Andrik lo había llevado a ese pueblo con mar, se encontraba trabajando en una tlapalería, estaba convencido de que la vida le iba menos mal cuando no convivía con cosas que tuvieran que morir algún día. Sin embargo y aún a pasear de que la razón le indicaba que no lo hiciera, acepto arreglar un martes el jardín de su patrón. En alguna charla, sin que él se hubiera dado cuenta, había comentado que los jardines le quedaban bellos. Él jamás se había quedado mas de un día al lado de ningún jardín que hubiera arreglado, lo hacia sólo por ganar algo de dinero y así poder seguir vagando, jamás para apreciar su arte, el arte había muerto para él la misma tarde-noche en que Edna había muerto sola en su departamento cuando él, desde la azotea, le leyó en música el Punto Final del poema que ella le había escrito con toda, absolutamente con toda el alma.

Así pues, fue la tarde siguiente a la poda del jardín cuando se enteró, por una andanada de majaderías por parte de su patrón que efectivamente, el martes había sido su jardín el mas hermoso que jamás se hubiera visto en ese pueblo con mar, pero que a la mañana siguiente las rosas cultivadas para una importante exposición habían muerto al parecer de muerte terminal, ya que hasta el tallo se había secado. La andanada de improperios degeneró en golpes, el dueño del jardín estaba realmente furioso y no midió las consecuencias, Andrik, por su parte, si algo había aprendido en la venta de literatura religiosa era poner la otra mejilla, la puso, y recibió tan desagradable puñetazo que salio, junto con su sangre, prácticamente volando a la calle. No trato de defenderse, se puso de pie con toda la dignidad que pudo solamente para no ser derribado de nuevo por el otro puño que en su otra mejilla puso el frustrado expositor de rosas cultivadas. De los golpes siguieron los puntapiés. Andrik, hecho un ovillo en el suelo, recibió cada patada en silencio, su vida y la muerte de Edna le habían hecho dura el alma, por desgracia no así el cuerpo. La sangre que salió de su cara fué lo único que hizo que su patrón se compadeciera, diera media vuelta y lo dejara sufrir a solas las heridas

Es así como se conocieron el dueño del local al que ya hemos mencionado y Andrik, ya que cuando las fuerzas y el coraje abandonaron al dueño de la tlapalería, éste dejó al joven también abandonado a la orilla de la banqueta como perro recién atropellado en el mismo momento que el dueño del futuro cafetín daba la vuelta a la esquina. Él lo miró en el suelo, nunca supo que sucedió, simplemente se apresuro a ayudar a que se levantara el muchacho, quien de tan maltrecho y desorientado como estaba y al ver a un desconocido tendiéndole la mano, no sabía si agradecer o tirarse de nuevo al piso para recibir mas castigo. Andrik agradeció por supuesto.

Caminaron en silencio rumbo al local, en el camino y casi sin palabras ambos entendieron que sus vidas eren muy similares, los dos se reconocieron como pasajeros solitarios del destino, así que cuando llegaron al local, él invito al joven a pasar y le dijo que lo que ahí tenía para ofrecerle no era mucho, pero que sí era suficiente para medio sanar su alma y remendar el cuerpo después de tan fuerte sacudida. Andrik agradeció de nuevo.

Una vez instalados y bajo el refugio de las paredes del local, él abrió una botella de ron blanco autentico del caribe, el ron es buen antiséptico para las heridas y en ocasiones también para el alma –le dijo-, además muy sabroso cuando se toma sin soda, ni coca, ni hierbabuena y por supuesto, sin hielo.
Charlaron de lo excelente que es el guano de murciélago para las cosechas de caña. De la altura que debían tener las tierras donde se cultiva el café para acentuar su delicioso aroma, su mágico sabor y que pierda la acidez a la que están tan acostumbrados los bebedores de café que se sientan en lugares caros sólo por moda y no para entender que del aroma del café se pueden escribir cientos de historias y hasta alguno que otro poema. Hablaron también de la inmortalidad del cangrejo y de la escasa virginidad que debe quedarles a algunas playas que son el punto de incontables documentales después del paso de los equipos de producción y filmación que olvidan, para no cargar de regreso, toda la basura que llevan como equipaje en las mochilas profesionales de explorador y en la inconciencia del corazón.
Después de varios tragos, cuando sólo la dignidad le quedaba doliendo al joven y ambos estaban un poco mareados, éste aceptó la propuesta de él de quedarse, de ayudar a instalar el nuevo cafetín y correr con él la misma suerte, fuera la que fuere que les tuviera deparado el destino en ése pueblo con mar.

Arreglaron y pintaron el local, el color de los recuerdos hacía resaltaran de forma maravillosa las dos macetas con los laureles de la india, arbolitos que por supuesto crecían con miedo sin saber que de antemano estaban vetados a las manos del joven. De la maceta de la entrada se olvidaron, por más que la regaban, la semilla no germinaba, seguía esperando.
El local era amplio para el propósito destinado. Después de acomodar y reacomodar una y otra vez las mesas y de poner aquí y allá una pequeña barra con algunos bancos solitarios para los clientes que llegara sin pareja, ambos se dieron cuenta que justo en medio de los baños, en la parte de atrás del local, por más que reacomodaran, justo ahí, siempre quedaba un espacio al que no le hallaban utilidad práctica.

Por las noches, agotados de tanto reacomodo y cuando no había más que hacer, los dedos de él, como poseídos, abrían con singular alegría botella tras botella de ron, Andrik hacía lo de siempre, se dejaba llevar por el curso de los acontecimientos, así que sin chistar, bebía. Para el joven el ron si debía tener por lo menos dos cubos de hielo, pero jamás lo mencionó. Les encantaba charlar y lo hacían sin importar el tema, sin embargo, cuando no estaban de humor para hacerlo, el dueño del local se sentaba en un rincón apartado, al cual durante el día le daba poca luz, y durante la noche solamente era iluminado por una tímida mirada de la luna. Escribía, en ocasiones escribía sólo unos minutos y en otras lo hacia por horas, lo hacía sobre las hojas blancas de una libreta negra que siempre cuidaba con mucho celo.
Andrik a su vez, miraba por una ventana al infinito, le miraba como si el infinito le amara y le pidiera paciencia, en ocasiones volteaba la cara como exponiendo su oído a lo eterno y alguien desde allá le dijera, falta poco, no desesperes.
En una de esas noches, Andrik se quedó a solas en el local mientras él iba a la tienda por otra botella de ron y cigarrillos, la curiosidad propia de su edad y la media borrachera lo obligaron a acercarse a la barra en donde por un descuido se había quedado olvidada la libreta negra. Andrik tenía el tiempo suficiente para dar una ojeada sin que él se diera cuenta de la intromisión a su regreso, la curiosidad, como casi siempre le ganó a la razón, pudo más que el respeto que debiera tenerle a la intimidad de aquel tipo que sin conocerlo, sin preguntas, ni recelo, le había brindado su mano. Abrió la libreta, comenzó a leer, la saliva se le solidificó en la garganta, le costaba trabajo respirar y aún así seguía leyendo, las rodillas le flaquearon y se sentó en uno de los bancos destinados para los clientes sin pareja, comenzó a temblar, los ojos se le nublaron, de un golpe le llegó el recuerdo de Edna, por un momento se sintió de nuevo en aquella azotea en donde leyó con música el punto final del poema que su amada le había escrito con toda el alma, el efecto del ron desapareció, el temblor de su cuerpo se hizo incontrolable, escurrieron por sus mejillas dos pesadas gotas, leyó un poco más y como un autómata se encaminó hasta donde guardaba su mochila, la abrió y guardó en ella su chamarra que era lo único en su vida que estaba afuera de ella. Él, su protector, escribía poesía. Andrik enjugó sus lágrimas, caminó hasta la puerta y salió.

Minutos después él regresó y se dió cuenta que el joven no estaba, dejó el paquete de cigarrillos y la botella de ron sobre la barra, salió a la calle a buscarlo, apagó el eterno cigarro que siempre llevaba encendido en su mano, lo hizo en el tiesto que afuera del local esperaba como guardián. No tuvo que camina mucho, lo vio a lo lejos sentado en el malecón, el mar estaba bravo, no había ni un alma, sólo Andrik y su eterna tristeza.
Él lo alcanzó y se sentó a un lado, el joven lloraba, lo hacía por primera vez desde aquella noche en que tocó el saxofón en la azotea del departamento de Edna, sintió un brazo que se le posaba sobre los hombros. En ése momento las fuerzas de Andrik se agotaron, no podía mas, el dolor de su alma era infinito. Al sentir que era abrazado, por fin habló. Le contó el amargo recuerdo que le traía la poesía, sin pensarlo -en ocasiones las personas no miden el valor de las palabras y las dicen sin mas ni más- le llamó traidor, se lo espetó a la cara por no haberle contado antes que eso era lo que él escribía. Él se disculpo honestamente y le dijo que todos tenían un secreto en la vida, además tú, Andrik, jamás me habías contado que tocaba el saxofón y jamás habías dicho ni un palabra sobre Edna -le respondió a modo de defensa ante la terrible palabra-, el joven no prestó mucha atención a la disculpa y continuó hablándole de ella, le platico entre suspiro y suspiro de las delgadas y torneadas piernas de Edna, de su amor por ella que jamás le dijo con palabras y de lo arrepentido que de ello estaba, lo hizo de tal forma y con tan profundo cariño que en ese momento comenzó a llover, la forma de hablar de su pasado era tan conmovedora que en el rostro de ambos se confundieron las gotas de la lluvia interna, con el agua que caía del cielo. Esa noche, además de abrirse las puertas del cielo, se abrió plenamente el alma de ambos.

Nunca se supo si el contar su historia, o el llanto honesto de un hombre maduro le sanaron parte del alma, sin embargo esa parte que le sanó lo hizo de tal manera que accedió a que el cafetín fuera de tipo bohemio como él lo tenía pensado, Andrik tocaría el saxofón mientras todo aquel que quisiera, leería para los demás aquello que estuviera dispuesto a leer, siempre y cuando lo hubiera escrito desde lo mas intimo de su alma. Fuera o no poesía.

Así pues, al poco tiempo el cafetín quedó armado y listo para ser inaugurado, el espacio al que no le habían encontrado utilidad sería un foro acaso para dos personas, se instalaría un atril para que en él se leyera, ambos creían que mientras mas cerca de ese doloroso recuerdo mas rápido sanaría el alma del joven. Andrik supuso que había algo de cierto en ello.

El día de la inauguración ya habían escogido meticulosamente a su clientela, no fue necesariamente gente madura, la madurez no es sinónimo de sensibilidad así como tampoco la juventud lo es de la pendejes, así que ni el sexo ni la edad influyo en ello. Mas bien escogieron gente con la que ya habían platicado en alguna ocasión, gente a la que se le veían los sueños por encima de los parpados y del alma, personas a las que se les notaba hasta en el nombre que conocían de los colores de las letras con las que se escriben los verdaderos enamorados y por los que llora con envidia el arco iris. Gente que podrían apostar sin ningún tipo de prejuicio, que el amor vive en el corazón de los enamorados que se respetan, que vive ahí por siempre, aún después de hacer el amor. Gente que juraría sobre los pétalos deshojados de cualquier margarita muy bien interrogada, que la única duda que nace sobre el cadáver de esa flor, es la brevedad que hay entre el; “me quiere ….. no me quiere…”

Una vez que el local se llenó, comenzó la singular tertulia. Andrik en un rincón sostenía el cuerpo y su dignidad sobre una de sus piernas, la otra la recargaba en la pared mientras acariciaba el saxofón al que le extraía maravillosas notas mientras los espectadores, a modo de aplauso, soltaban sonoros suspiros al tiempo que cubrían su rostro para evitar que alguien mirara hacia adonde iba dirigido ese beso no dado.
La palabra, la palabra auténticamente salida del corazón de los invitados se mezcló con las notas del saxofón y el aroma del café, la palabra cobró vida, hasta un te odio, un olvido, un te extraño, se mecían al compás de las notas del saxofón que tiernamente las besaban y acariciaban. Se escuchaba en el local el bum bum vibrante de cada corazón. En ése lugar y en ése momento no cabía el pudor, ni la mentira, todos estaban al borde de un ataque real de melancolía, las lágrimas brotaron de cada ojo, de cada corazón, de cada alma, la razón suspiraba amargamente, la música y la palabra se abrazaban, se hacían el amor mientras bailaban. Brotaba tanta agua contenida por los años y la incomprensión que el local comenzó a inundase, el agua era tan calida que nadie se dió cuenta cuando les llegó a las rodillas, los sollozos continuaban, las lagrimas se volvieron incontenibles, de todos lados salían versos y verbos que algún día estuvieron a punto de morir en el desamparo de la inmovilidad, los presentes estaban en un estado de gracia tal que cerraron los ojos mientras el agua tibia los cubrió por completo. Las últimas palabras que escucharon antes de morir ahogados, fue su propio te amo, ése que se quedó en el corazón de alguien que no supo valorarlo…

Al día siguiente el primer madrugador que pasó por el local se dió cuenta que por debajo de la puerta salía agua salada, agua de mar, agua real y sin peces, agua blanca, agua con sustancia del alma. Se alarmó y habló a la policía. Cuando ésta llegó, abrieron a la fuerza con una enorme palanca la puerta del local. De allí salió una cascada de agua blanca con aroma a café y mar. El torrente arrastró consigo los cuerpos de los invitados.

El primer cadáver que salió de un golpe hasta la calle, fue el del hombre maduro, su rostro estaba seco, sus ojos abiertos parecían mirar sin perder ningún detalle su sueño. De los demás cuerpos lo único que los diferenciaba de los ahogados en los maremotos o los naufragios, era el fresco olor a flores que despedían.
El cuerpo de Andrik jamás lo encontraron.

Tiempo después, en aquel tiesto que fue olvidado afuera del local, nació un árbol lánguido, casi sin chiste del cual en cada primavera, crecían unas pequeñas flores blancas que duraban vivas sólo un día. En la noche cuando se secaban, volaban con el más sencillo viento que por ahí circulara. Jamás nadie vio ni un pétalo de ésas flores en el suelo, todas volaban cual finas mariposas hasta aquel lugar del malecón en donde dos hombres de diferentes edades, una noche, abrieron su corazón…


Due® 10nov09

“Punto final”

http://www.mundopoesia.com/foros/prosa-melancolicos/241182-punto-final.html

1 comentario:

Patricia Ibarra dijo...

Aunque estan un poco largos tus post se me hicieron muy interesantes y con mucho sentimiento ...
Yo tambien escribo algo de prosa pero mi fuerte son los poemas.... Me encantaron tus hitorias y ya te agregué a mi lista pera seguir leyendote.
Un saludo afectuoso desde Pachuca Hgo.

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