jueves, 29 de abril de 2010

Cristales de banqueta.

Sus ojos tristes, más porque la vida no le cumplió un sueño, que por haber dejado de soñar, cargaban como cruz una mirada oscura de obsidiana que por el día a menudo se le caía despacito al caminar y que sólo recobraba hasta que el brillo de su alma suspiraba muy juntito a los cristales rotos que siempre viven olvidado por los suelos, por la noche, su mirada siempre se le extraviaba antes de dormir, en jardines verdes y mares azules calmos e imaginarios en el techo. Su cabello largo, crespo y sus 22 años, eran la causa efecto de que Jaime, desde ya hacía algunos años, viviera cautivo de su extraña realidad.

Todo su universo y su realidad eran tan obvios que no merecían la pena hacerse preguntas existenciales, él sabía que seguramente hacerlo le causarían tal confusión, que entonces dejaría de mirar al suelo por el día y al cielo raso por las noches, y entonces sí, dejaría de tener sueños de carne y de huesos, es decir, sueños verdaderos y soñar era lo único cierto que tenía, así que estaba dispuesto a no perderlo.

Fue el día que creyeron que la vida les había dicho que no cuando todo comenzó.
Se enamoró de una chica que estaba enamorada de él, se declararon, no, más bien se juraron amor eterno, y lo eterno no les duro poco pero si les jugo rudo, el día que se separaron se alejaron de tan radical manera que ella se fragmento en infinidad de microscópicas estrellas y una muy tan importante como un sol pasó a navegar por las arterias de él, por sus venas, y periódicamente se le alojaba en la parte del cerebro donde no vive la razón. Así que él, hasta el momento, seguía perdidamente enamorado de ella.
Ella por su parte lo partió a él en dos, una la mando a vivir a su recuerdo racional, la cual la hacia suspirar muy a menudo, pero la otra, la más importante, la parte de él que la había cautivado la alojó en la parte posterior de todos sus libros y cuadernos, ella, al igual que él siguió enamorada, pero tal vez su inexperiencia, tal vez su juventud no les permitió hacer de su amor un amor perecedero como ellos, un amor real para vivirlo día a día y noches sin permiso para hacerse días.

Su vida, a no ser por un agudo dolorcito que sentía todo el tiempo en el corazón, y la constante zozobra de no saber que habría para él al día siguiente, era tan llevadera que un día se dijo así mismo -¿será tal vez que este viviendo un cuento?- y no, definitivamente no era un cuento lo que estaba viviendo, pero si algo muy parecido.

Él, aunque vivía como todos, y respiraba normalmente. También vivía una realidad paralela, algo como un vudù moderno. Si ella escribía en su cuaderno su nombre; él suspiraba, si dibujaba un corazón atravesado por la espina de un rosal; él sentía que la vida se le iba sin remedio, si ella a media clase de historia dibujaba su rostro y era sorprendida por el maestro; él, justo en el momento en que ella borraba su cara; miraba hacia al piso y para que la gente no lo descubriera, hacia como que buscaba estrellas que algún día supieron volar.
Cuando el sueño se apiadaba de él, le daba la espalda a la almohada y se cubría con las sábanas, en ese momento sin variante alguna, ella cerraba el cuaderno donde lo acompañaba a diario sin que ni él ni ella lo supieran nunca.

A él lo conocí hace poco tiempo, pero de inmediato me di cuenta que vivía una extraña realidad que sin duda hubiera podido ser otra, si en vez de separarse hubieran hablado, creo que ese amor eterno que se juraron se les cumplió, lastima que no supieron como debieron pedirlo, ellos juraron, el cielo les concedió

A ella no la conocí, pero sospecho que sin duda, aún vive en los cristales de banqueta.
25.3.10

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