Cuando se sentó al pie de su cama a mirarlo creyó verlo enorme, casi no lo reconoció y ello provoco que su tristeza se hiciera aún más enorme, si ella hubiera podido llorar o arrancarse el corazón lo habría hecho en el acto sin pensarlo.
No podía soportar esa escena, ante su mirada se veía todavía tan pequeño, tan hermoso y desvalido, daba una ternura inmensa verlo acostado con su cabello ensortijado, su carita llena de miedo cubierta por aquella sábana blanca y sus ojitos cerrados.
Se acerco al niño un poco más, le destapo la carita, le acaricio con sus dedos la frente helada y los labios color de cirio que ella recordaba rojos como la granada. El niño mojó la cama, murmuró un padre nuestro y dijo; sí en verdad eres mi madre como dices, vete, ya no me aterrorices, los fantasmas no existen.
Due® 2.7.10
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